Si los incentivos están puestos para sólo publicar artículos, y no para además educar, no es extraño que en el país no se pida demostrar la eficacia terapéutica de los medicamentos alternativos.
Hace uno días se generó una interesante discusión epistolar entre un experto en genética y la representante (acreditada por cierto) de una corriente de terapias alternativas, que aseguraba que sus técnicas, entrar en un determinado “nivel de conciencia”, permitían la sanación vía la modificación del ADN (entre otras cosas). Vale la pena destacar que esta terapia alternativa no era gratis: la instrucción costaba $200.000. También, desde ya hace un buen tiempo, es materia de discusión en las redes sociales los recortes de los fondos hacia Fondecyt, instrumentos de financiamiento cuyos principales productos esperados son publicaciones de alto impacto. Muchos científicos han cuestionado la falta de interés de la clase dirigente, llegando incluso a inquirir de por qué no se postulaban los científicos a puestos políticos ¿Cómo se conectan ambos hechos?
El común denominador de ambos acontecimientos es, claramente, la falta de educación en lo que podríamos denominar “cultura científica” en el amplio sentido, matemáticas, ciencias naturales y sociales. Una cultura que permita discernir por ejemplo, cuándo una terapia tiene efectos verificables o cuándo es simplemente un acto de fe envuelto de lenguaje pseudocientífico, lo que en sí no es malo, mientras el que pague por ella tenga toda la información posible de comprender sobre sus limitaciones. Una cultura que también nos permita valorar la contribución científica en aras de un mejor bienestar de los habitantes del país que la financia ¿Quiénes están llamados a formar esta cultura científica? Obviamente nuestros propios científicos ¿Lo hacen? Probablemente no lo suficiente (estoy hablando de actividades de divulgación y promoción) y, finalmente, la razón de todo pareciera estar en la falta de incentivos.
Si los incentivos están puestos para sólo publicar artículos, y no para además educar, no es de extrañarse que vivamos en un país donde se venden “medicamentos” alternativos cuya eficacia terapéutica no se pide demostrar y más aún, sea una industria floreciente.
Javier Scavia Dal Pozzo
Académico Depto. de Industrias
Universidad Santa María