Independiente de la controversia que puedan causar los instrumentos (el nuevo plan de descontaminación y el Transantiago), los hechos anteriores propician una tormenta perfecta para Santiago: contaminación y los problemas de salud asociados, y congestión.
En diciembre del año pasado el Ministerio del Medio Ambiente envía a la Contraloría el proyecto “Santiago Respira” para su revisión legal, un proyecto que, por su envergadura, requiere varios meses de análisis desde el punto de vista legal. A los pocos días del envío, es el propio Ministerio de Medio Ambiente quien lo retira (diciembre del 2016), y lo vuelve a presentar el pasado marzo para su hipotética puesta en marcha en abril de este año. Después de las confusas explicaciones del actual ministro del medio ambiente (el anterior renunció a fines de marzo a su cargo para hacerse cargo de la campaña de una candidata presidencial), la conclusión es más o menos obvia: no hay un nuevo plan de descontaminación para la capital. Además de las consecuencias negativas directas sobre la salud, lo anterior tiene un efecto colateral no menor: varios dueños de autos cuyos modelos eran anteriores al 2012 renovaron sus vehículos, naturalmente a precios menores que los hubieran conseguido de no ser inminente la aplicación de este plan.
Las cuentas tristes del Transantiago continúan: hay más evasión y menos demanda, en breve, el sistema de transporte capitalino se ha transformado en un “hoyo sin fondo”, aumentando cada día más su estado deficitario. La menor demanda explicaría, al menos en parte, el aumento del parque automotriz en la capital. El Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones también experimentó un cambio en marzo, con un saliente ministro ad portas de una interpelación de parte del Congreso (entre otras razones por los problemas de evasión del Transantiago).
Independiente de la controversia que puedan causar los instrumentos (el nuevo plan de descontaminación y el Transantiago), los hechos anteriores propician una tormenta perfecta para Santiago: contaminación y los problemas de salud asociados, y congestión. Sumado a lo anterior, y para enrarecer más aún los argumentos, estamos en un año electoral, esto es, un gobierno con casi nada de tiempo para enmendar rumbos.
Dicho lo anterior no queda más que no sorprenderse de las encuestas presidenciales y recordarles a nuestros políticos que no hay mal que dure cien años, ni electores que lo aguanten.
Javier Scavia Dal Pozzo
Académico Departamento de Industrias
Universidad Técnica Federico Santa María
Fuente: Diario Estrategia