Al menos cuatro tipos de personajes parecieran vislumbrarse: los que anónima y honestamente quieren aportar para resolver la crisis, los indiferentes, los que sospechan de dobles intenciones y, los que tratan de obtener algún provecho.
Las situaciones de crisis generalmente comparten las características de ser la oportunidad, a veces única, en que como individuos, familia y nación, permitimos que nuestros lados más oscuros y luminosos afloren.
Un terremoto, la necesidad de financiar una obra de caridad y, ahora reciente y lamentablemente un país en llamas, son ejemplo de estos “experimentos naturales” que permiten conocernos como individuos y como sociedad.
Mirado toscamente, al menos cuatro tipos de personajes parecieran vislumbrarse: los que anónima y honestamente quieren aportar para resolver la crisis, los indiferentes, los que sospechan de dobles intenciones (y que quizá adhieren a algún tipo de teoría conspitativa) y, los que tratan de obtener algún provecho, ya sea haciendo algo positivo o simplemente criticando desde un púlpito de construcción propia.
Si aceptamos además que la actitud promedio de los indiferentes y los suspicaces es la inacción, nuestra clasificación se hace más simple aún: los que actúan desinteresadamente y los que lo hacen mezquinamente, y los que no hacen nada.
Si suponemos que la clasificación anterior tiene validez, dos puntos interesantes aparecen como preguntas. La primera tiene que ver con la conjetura de las proporciones de la población a que pertenece cada tipo.
Mi conjetura personal es que las proporciones ordenadas de mayor a menor son: desinteresados, los que no hacen nada y los mezquinos en su actuar.
El segundo punto es qué hacemos como sociedad frente a los del tercer tipo y, más fundamental aún, si tenemos algún tipo de incentivo para hacer algo al respecto, de acuerdo a las nociones personales de sociedad en que nos gustaría vivir.
Casi por tautología pareciera que la respuesta a esto último obedece a una clasificación similar a la planteada originalmente.
Por último, y quizás una grave cualidad de los del primer tipo, es la fragilidad de la memoria cuando, habiendo clasificado a alguien en el tipo mezquino, se une el hecho de que esta personaje ostenta o le gustaría ostentar un cargo público.
Dadas nuestras tasas de participación en las urnas, esto podría ejemplificar como un desinteresado en su actuar se transforma en un indiferente inactivo, dejando a los del tipo mezquino en una situación ventajosa para su propio beneficio.
Moraleja: siempre es posible sacar lecciones de las crisis, el punto es no olvidarlas.
Javier Scavia Dal Pozzo
Académico Departamento de Industrias
Universidad Técnica Federico Santa María
Fuente: Diario Estrategia